Los cuerpos de Paloma, de 16 años, y Josué, de 14, aparecieron entre escombros y basurales, marcados por golpes que no solo les arrancaron la vida, sino que dejaron al descubierto las venas abiertas de un sistema que los condenó desde que nacieron. No fueron víctimas de un “hecho aislado”. Fueron asesinados por la indiferencia de un Estado ausente, por la miopía de una política que convirtió al Conurbano en un laberinto de calles sin salida, de desesperanzas y frustraciones.
Florencio Varela, con sus 523.000 hab. hacinados en 2650 personas por km2, es el espejo deforme de una provincia que abandonó hace tiempo a los bonaerenses. Aquí, gobernar no es planificar: es sobrevivir. Las casas se amontonan como fichas de dominó a punto de caer, las escuelas son simples comederos y los hospitales tienen nombres rimbombantes como “Mi Pueblo”, pero guardan pasillos llenos de madres llorando. Es un municipio donde 7 de cada 10 hogares no tienen cloacas, donde el agua potable es un loteo privilegiado, y donde el futuro se reduce a dos opciones: entregarse al delivery o a la droga.
¿Cómo se gobierna un territorio donde el gobierno es un fantasma? No se gobierna: se administra la miseria. Florencio Varela, como la mayoría de los 24 partidos del Conurbano, está diseñado para el colapso. Sus intendentes, atrapados entre la urgencia de tapar hoyos en las calles y la presión de repartir bolsas de comida, terminan convertidos en bomberos pirómanos: apagan un incendio y provocan otro. Mientras, las mafias crecen en las grietas de un sistema que ni siquiera sabe cuántos niños duermen hoy a la intemperie.
Paloma y Josué no murieron por el “ajuste”. Murieron porque aquí, en el corazón del Conurbano, la política es un negocio de cemento y clientelismo, no de escuelas o cloacas. Murieron porque en 40 años de gestiones políticas, nadie se atrevió a decir que un municipio no puede ser un depósito de personas. Murieron porque sus asesinos sabían que, en estos barrios, la policía llega tarde o no llega, las cámaras de seguridad no existen y los jueces están demasiado ocupados firmando órdenes de desalojo para pobres.
¿Cuántos Paloma y Josué más harán falta para que entendamos? El Conurbano no necesita más policías ni más promesas: necesita descentralización urgente, municipios convertidos en verdaderos gobiernos locales con recursos y autonomía. Necesita que cada peso de la deuda externa se use para cloacas, no para bancos. Necesita que los intendentes dejen de ser capataces de un centralismo porteño que los desprecia.
Pero sobre todo, necesita que alguien recuerde que detrás de las estadísticas hay niños que juegan entre cables pelados, adolescentes que viajan tres horas para ganar dos mangos, y madres que rezan para que sus hijos no sean “noticia”. Paloma y Josué ya no pueden esperar. Los que siguen respirando este aire envenenado por la desidia, tampoco.
La pregunta no es cómo evitar otro crimen, sino cuánta dignidad estamos dispuestos a sacrificar antes de admitir que esto no es pobreza: es exterminio. Este es un año de elecciones...un año de revanchas.
Luis Gotte
la trinchera bonaerense
Para TitularesNoticias.com.ar
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