En la Argentina de hoy, ya no sorprenden los discursos cargados de odio que buscan dividir al pueblo con etiquetas impuestas. Antes fue la "chusma radical", luego los "cabecitas negras", y ahora el término de desprecio es "marrones". Una palabra que, en su origen, nació como una falsa reacción identitaria, y que el liberalismo ha transformado en un elemento de exclusión: la blanquitud civilizada vs. marrones bárbaros.
¿Quiénes somos los marrones? Somos el pueblo trabajador, herederos de una Argentina mestiza y criolla, de esa mayoría que construyó la Nación con sus manos, con sudor y sangre. Representamos la raíz cultural de nuestra tierra: la hispanidad humanista y cristiana. Sin embargo, para los sectores del poder actual, esto no es motivo de orgullo, sino una amenaza.
El odio al “otro” no es nuevo. La oligarquía argentina siempre necesitó un enemigo para justificar sus privilegios. Combatió al radicalismo y persiguió al peronismo. Hoy, los marrones somos señalados como culpables del “fracaso nacional”. Nos acusan de la inseguridad, de la violencia en las calles, de todo aquello que en realidad es consecuencia de un sistema desigual y excluyente, sembrado por ellos mismos durante décadas.
Este discurso de odio y división tiene un propósito evidente: desviar la atención de los verdaderos responsables de nuestra decadencia. No somos los marrones quienes saquearon el país con fugas de capitales, ni quienes desindustrializaron la economía o hipotecaron el futuro con deudas impagables. Esos responsables tienen nombres y apellidos. Son los mismos que hoy pretenden convencernos de que el problema está en el color de piel del vecino, en el origen humilde del compañero de trabajo o en el barrio del amigo.
Aunque parezca una paradoja, el concepto de "marrón" fue inicialmente adoptado por sectores progresistas para reforzar posiciones políticas, inspirada en las teorías de Laclau y Mouffe sobre las tensiones sociales como motor político. Pero hoy, el liberalismo ha reconfigurado esta categoría como un instrumento de miedo y control. El objetivo es claro: fragmentar al pueblo, desmovilizarlo y evitar su resistencia organizada.
Sin embargo, los marrones, esa chusma radical, esos cabecitas negras de ayer y de siempre, no vamos a desaparecer. Somos quienes levantamos las banderas del federalismo, la justicia social y la soberanía nacional. Los herederos del sueño de Alem y Perón: una Argentina federal, soberana y continentalista.
El pueblo argentino siempre ha sido mucho más que sus etiquetas. Hemos resistido dictaduras, crisis económicas y discursos de odio porque en el fondo sabemos quiénes somos. No nos define un color de piel ni una clase social; nos define nuestra capacidad de organizarnos, de luchar por nuestros derechos y de soñar con un futuro mejor.
Por eso, frente a este nuevo intento de dividirnos, debemos responder con unidad, memoria y amor. No permitamos que nos arrebaten nuestra dignidad con categorías impuestas por quienes siempre buscaron someternos. Recordemos que esa chusma radical y esos cabecitas negras han sido, son y serán siempre el pueblo. Y el pueblo es la única fuerza invencible de la Nación. Por eso, vale la pena pelear.
Luis Gotte
La trinchera bonaerense para Titularesnoticias.com.ar
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